domingo, 18 de abril de 2010

Pequeños mundos

Se levantó sin hacer ruido, se puso la bata micro polar cuadrillé y miró por las hendijas de la celosía.
Una cortina de agua densa y pareja; una calzada hecha río sin saltos y botellas rebalsadas entre ramas; una decena de árboles maltratados, sacudidos, quebrados, agotados; un hombre desesperado con botas amarillas y una maseta rota en la mano; una línea fina y brillosa con forma en zig – zag seguida de un ruido estridente; un niño junto a su padre arman un barquito de papel sin usar la tijera; un esquizofrénico a los manotazos encerrado en su auto intenta atrapar bichitos, bichitos que dibujan las gotas del aguacero sobre el tapizado. Una embarazada con las manos en su panza pide tres deseos al formarse farolitos en un charco; una nena transpirada de calor pero tapada con doble frazada y una madre en la otra habitación que dice “no hay por qué tener miedo”. Dos o tres ranas en una pileta que, días después, va a ser escenario de una tarde más de verano. Una anciana de poco pelo trasladándose en brazos de su hijo por diez centímetros de agua dentro de su casa. Dos hermanos cuentan segundos después del refucilo para saber en qué parte cae ese rayo y tres goteras se abren en la habitación de un periodista con sueño profundo. Un día menos, descartado, para las prostitutas del Rosedal que se guardan para pintarse las uñas. Dos perros acurrucados bajo el toldo de merecería “Mary” y el cielo apretado cual tejido de mujer angustiada. Un chacarero arrodillado ante la Virgen María y otro juntando higos aplastados en el fondo del lote; el arruinado techo de chapa que prometen cambiar después de cada tormenta; las persianas plásticas agujereadas por el granizo de una década atrás y una mucama llama a Edesur en reclamo de falta de luz.
Son las ocho, una mujer mira cómo llueve por las hendijas de la celosía, pone un cartoncito en la ventana para que no se golpee y vuelve a acostarse.