miércoles, 26 de agosto de 2009

El gato de bolsillo (para ser contado)

No es nada fuera de lo común venirles con el planteo de que una misma palabra puede tener múltiples definiciones y que éstas, a su vez, dependen del contexto que las incluye. Eso todos lo sabemos. Pongamos como ejemplo “el gato”:
El gato como animal. Principalmente.
El gato como una herramienta para cambiar la rueda de un auto.
El gato como un gil o un chabón cualquiera “eh gato, recatate” ¿no? (en léxico villero o tumbero)
El gato como un flaco que se hace el lindo, “que se hace el gato” (decimos) y por lo general no tienen buen aspecto, digo, seductor, sino más bien un aspecto gracioso o chistoso.
El gato como una mina fácil, si se quiere, podemos pensar en una mina bien bien rubia o bien bien morocha. Bien maquillada, con ropas ajustadas. Botas. Y así, de a poco, dibujamos en nuestra mente precisamente esto de lo que estamos hablando: un gato.
Pero qué pasa, esta misma palabra, con esta connotación, tiene más subdivisiones:
Gato con botas, por ejemplo, es el gato evidente. El que no se oculta. El que dobla la esquina y al instante cruzamos miradas cómplices y decimos “ah, bueno”.
El Gato Encerrado es el que sí se oculta. Ojo acá. De repente vemos a una mina, con cara de “soy inofensiva. Me gusta ser responsable. Soy respetuosa” pero sospechamos que tiene un gato encerrado. Y ahí decimos: esta mina tiene un gato en el bolsillo.
Y acá quería llegar, salir de las definiciones comunes y pensar en el gato de bolsillo. El gato de bolsillo, ¿qué es un gato de bolsillo? Si tratamos de visualizar esto se viene a la mente el diccionario “de bolsillo”, o ediciones de libros “de bolsillo”, o un encendedor cricket de los más chiquitos. Pero… ¿un gato? Un gato…
Y quizás sea, lo que hasta acá todavía no dije y ustedes tampoco me interrumpieron para decirlo, una concepción más bien de niños, inocente, y que porque no somos niños, no se nos ocurre. Un gato de bolsillo puede ser un juguete pequeño, que se guarda en cualquier lado, ideal para las salas de espera de los consultorios de pediatras.

martes, 18 de agosto de 2009

De una sentada


Y a veces pasa ese tipo de cosas, si. A veces, o por lo general o muy a menudo en mi caso. Pasan pisando una altura de la vida en la que, de repente, ya no somos lo que éramos antes. Aún no pertenezco. Y esta historia, breve, escrita de una sentada, a eso hace referencia.
Tiene un derrame en el ojo, o un ojo color derrame. Qué te pasó, le pregunto, hice un esfuerzo, me responde. Quisiera saber, le digo, cuál fue el esfuerzo que hiciste, vení, me dice, a ver y puntos suspensivos…
Se trata de una cama antigua, pesada – por cierto – con dos tacos de madera de diez centímetros de alto ubicados debajo de dos de las patas del gigante. Vos levantaste esto, le pregunto, si, me responde. Tu abuelo puso las maderitas y yo le tenía. A ver y puntos suspensivos… Intento levantarla y el elástico que va desde la cintura hacia el cuello se me estira. Mucho. Dejo de intentarlo y repregunto: vos levantaste esto. Sí, responde con una mirada cómplice. Estás loca, le respondo.
No quería decirle a tu papá que me ayude, él siempre anda ocupado. A esta altura de tu vida, Tere, no puedo discutirte nada. Ya te pusiste las gotitas que te dieron, le pregunto, o querés que te las ponga, le ofrezco.