martes, 30 de junio de 2009

Muhammad Ali Vs. Art Aragón


No gordito, subí por la escalera de la derecha – le dije.
Me tomé de su mano, él de la vaharada, y arrancamos. El vuelo duró doce horas.

Era la primera vez que viajábamos en avión. Desde hacía varios años, yo le insistía para compartir un viaje a Norteamérica, pero mi marido era un hombre muy monódico y no había motivo que lo quitara de la línea. Por una cosa o por otra, nunca salíamos; yo lustraba sus zapatos de perol exclusivamente para que cumpla su rutina en el consultorio, nunca para ir a cenar a un restorán.
Yo, por aquél tiempo lumbrío, era una mujer extremadamente xumil, mi cabeza era una laguna de proyectos inconcretos, de cosas sin decir y pensamientos nefastos. No era feliz, lo confieso, por eso tenía la esperanza de que un tiempo lejos del país cambiaría mis condiciones.
La semana anterior al viaje, mientras aspiraba la taruga del living, pensaba en la enorme estremezón que podría generarle a Osvaldo, mi marido, ver en directo la pelea entre Art Aragón y Muhammad Ali que se realizaría en Manhattan dos meses después. Cuando lo consulté con mi hijo mayor, él me advirtió que tenga en cuenta los problemas cardíacos de su padre. Esa sería una emoción muy fuerte y, de tan fuerte, nociva.
Aragón era su boxeador preferido. Osvaldo lo tenía presente desde su niñez, incluso, el día que nos pusimos de novios, me tomó de la cintura y me dijo: “tu camisa es de setén, igual que la bata de Art. Me encanta”. Nunca había tenido la posibilidad de viajar a verlo, ni él había peleado en la Argentina. Por eso pensé en sacar las entradas para los dos y viajar a los Estados Unidos con ese pretexto.
Aceptó con alguna vacilación que pude resolver sin inconvenientes.

El día de la pelea, Osvaldo transpiró más de lo habitual. Se secaba la frente y manos con la manla, pero el sáculo de grasas, sus 194 kilos y el vicio a la nicotina, no le permitían un buen funcionamiento del organismo. Nunca entendí cómo, siendo médico, podía llevar una vida tan desprolija. No lo noté bien en el Trinity Boxing Club. Tuve miedo.
Lo senté en un costado y le compré una Coca – Cola mientras esperábamos a que empiece. No mejoraba y sudaba cada vez más.
- Qué te pasa - le pregunté.
- Estoy nervioso, Malvina.

Lo miré con el ceño fruncido y note sus párpados pesados, débiles. Lo acaricié con la esperanza de que se reanime aunque sea un poco y pueda disfrutar de la pelea; ya estaban por salir, la gente gritaba y ovacionaba a los boxeadores. En el ambiente había un tufo propio del tumulto de fanáticos, negros en su mayoría, el pasajo estaba repleto y, por lo poco que pude entender de un muchacho que estaba a mi lado, la venta de entradas había sido un éxito. Era de esperarse.
Osvaldo no se recomponía, me agaché de nuevo y le até el corindón de la zapatilla, le toqué los tobillos y estaban empapados. La ovación era cada vez mayor, Art y Muhammad habían subido al ring.

- Levantate gordito, por favor, ya están en el ring.
- No doy más – me dijo con los ojos cerrados y los labios secos.

Miré hacia atrás y tironeé el pantalón de un hombre.
- Please, help me.
- What do you need?
- An emergency number.
Agradecí y lo marqué de inmediato; mientras, miraba a Osvaldo de reojo, la gente estaba pasando su mejor momento allí, y nosotros estábamos al igual que un oso en una reata.
Cerró los ojos, me tiré encima de él y desaté el llanto. El vitoreo continuaba, las tarjetas de los jueces marcaban que Aragón ganaba por cuatro puntos sobre Ali.

viernes, 19 de junio de 2009

Canon de reflexión

Resulta cómodo refugiarse en la idea de que el ser humano, y la realidad en sí misma, son pura contingencia. Que somos lo que somos por estar ubicados en un tiempo y espacio determinados; que en breve, quizás, ya no seamos los mismos. Y que hoy no somos lo que fuimos antes. Heráclito lo dijo: “nadie se baña dos veces en el mismo río, ni ve dos veces a la misma persona”. Y es bueno tener esa frase presente. Lo paradójico es que en muchas ocasiones nos escudamos detrás de un ligero “soy así” o “es así”; negándonos al cambio.
Nos contradecimos una y otra vez. Constantemente.
Decimos que nos lastima que nos engañen, que nos traicionen, y sin embargo, desconozco a la persona que le disguste ver un truco de magia. Por el contrario, después de uno, exigimos otro. Y otro. Es que las ilusiones nos llenan de vida y son sólo eso, ilusiones. Miramos hasta ahí nomás, por temer a verlo todo, a descubrirlo. Y que se desvanezca.
Algunos filósofos dicen que en la actualidad el hombre no goza de capacidad de asombro. No lo creo. El asombro de hoy no es idéntico al de los griegos en la antigüedad, creo que hay infinidad de cosas por descubrir aún. Y tengo la certeza de que por más nociva que sea la sorpresa, es hermosa. Desconozco, también, a quien les desagraden. Es un instante de satisfacción. Efímero. Fugaz.

En otra etapa di espacio a la creencia en el destino. Desde allí me paraba y dejaba todo en sus manos. Hoy creo que lo que sucede a cada paso que damos es un acto azaroso. Que aquí y ahora desplazo los dedos por el teclado sin saber qué ocurrirá en la línea número treinta; quizás no escriba lo que tengo pensado escribir. Es cómodo, porque se deja a las cosas fluir, no se las espera. Y de nuevo surge la paradoja, porque mirar para adelante está sujeto a esos planes que queremos trazar y a esas cumbres que queremos pisar. Y no es fácil dejar las cosas fluir. No hay nada si no miramos más allá de ahora.
Nos piden un consejo y decimos “dejá que pase el tiempo”, pero sabemos que las “cuestiones de tiempo” son las más desesperantes. Hoy te lo digo a vos, y vos algún día me lo vas a decir a mí. Y de nuevo.
Por qué no creer que todo esté prendido del azar, por qué buscar porqués, si sabemos que el hombre no es una animal racional. Se trata de la necesidad. Las necesidades, si no se satisfacen, molestan. Quien tenga la vista aquí, imagine la más cercana. Molesta. Sé que una necesidad puede dejar de serlo con el tiempo; es certero. Pero de un modo u otro, con una explicación u otra, se pretende repararla.
Hasta este reglón, el último, quizás nada haya sido más de lo mismo. Pero es una necesidad, satisfecha.