sábado, 4 de julio de 2009

Alejandro


Por las mañana salía a caminar porque decía que antes de desayunar había que hacer ejercicios para estar mejor de salud, ante la mirada atenta de sus compañeros de pieza se calzaba su pantalón, una elocuente campera y partía hacia la calle.
No caminaba mucho, no más de cuarenta cuadras. El puesto de diarios le quedaba muy lejos, al otro lado de su camino, por eso optaba por ver la realidad con sus propios ojos antes de comprar los mediáticos diarios que, según Alejandro, siempre decían lo mismo y nunca el mundo se iba a poner de acuerdo.
Al hacer unas veinte cuadras -ya casi la mitad de su camino- se sentó en el banco de una plaza donde no había más que una paloma y algunos viejos jugando al ajedrez. Se quedó sentado unos cuantos minutos, la medicación que le habían recetado lo desanimaba mucho, pero su afán de salir a caminar podía más que el diagnóstico de su doctor.
Ya un poco mejor y con un color rojizo en sus cachetes siguió su caminata. En cada esquina cruzaba alguna que otra palabra con los semáforos porque decía que nunca lo respetaban y que los colores estaban desordenados. Al caminar tenía la costumbre de contar las baldosas, y de no pisar las rayitas que las unían; lo había aprendido de Manuel, un viejo amigo del jardín.
Su segunda parada fue la estación de trenes. Alejandro amaba viajar, no era ni de acá ni de allá, no tenía un lugar fijo donde se lo podía encontrar, amaba la libertad y el aire libre. La libertad sobre todas las cosas. Era un chico normal, no soñaba con ser famoso, ni muchos menos vivir una vida de ricos, solamente quería vivir en libertad y ser feliz junto a sus pares.
Habían pasado diez minutos y Alejandro seguía con la mirada fija en el tren que pasaba, al ver el último vagón optó por volver hacia su casa después de sentir que otra ilusión de libertad, que ya no le correspondía, se le escapaba ante sus ojos.
Desahuciado por lo sucedido, la mirada del joven se posó sobre una margarita que se encontraba en el cantero de una casa abandonada. Se acercó, la agarró fuertemente y se la llevó a su casa. Pensaba que una flor nunca debía estar sola, menos ahora con todas las cosas malas que estaban pasando.
Alejandro le tenía mucho miedo a la oscuridad y sobre todo a la soledad, por eso nunca le gustaba estar solo, el siempre quería ser “libre” pero junto a sus seres queridos, tal vez esa angustia que tanto lo atormentaba la vio reflejada en esa flor, y por eso la agarró al verla solitaria.
Durante la caminata hacia la casa Alejandro no paró de hablarle a la margarita- la madre siempre le decía que había que hablarle a las flores- entre risas y llantos le contó su vida a la flor, su infancia, los integrantes de su familia y hasta los recuerdos que tenia de sus viejos amigos.
Ya en la casa, quiso presentarle a sus compañeros la margarita que había encontrado.
En primer lugar llamó a Juan un hombre de unos cuarenta años. Dentro de la casa lo llamaban Elvis, apenas la conoció quiso llevársela de gira a todos sus shows que ya tenia programado por el mundo; se murmuraba que era un gran músico pero que jamás había salido de la casa.
El siguiente fue Eber quien fumaba un tronco de sauce llorón y con una bolsa en su cabeza era el revolucionario del momento; algunos afirmaban que era Ernesto “Che” y que tenia aliados dentro de la casa. Uno de ellos era Pepe que con una cuchara de madera y una vestidura guerrillera controlaba todas las fronteras.
Terminada la presentación de su nueva amiga, Alejandro prefirió ir a descansar.
De fondo se escuchaban charlas revolucionarias y una suave música que provenía de la habitación de Juan.
Al despertarse observó que las horas habían pasado demasiado rápido y que ya la noche empezaba a caer- sabia que la medicación lo hacia dormir más de lo normal-.
Al salir al patio de la casa observó que a la noche la acompañaba la luna- le gustaba mucho el cielo, una vez una chica le había regalado una estrella y desde ese día no ha pasado noche sin que pase a saludarla - De repente escuchó unas corridas, como si fueran caballos al galope, eso le daba el aviso de que la cena estaba lista.
Alejandro no se desprendió de la margarita, siguió hablándole, le mostraba la casa, ese gran laberinto donde él vivía junto a sus compañeros.
Llegaron al comedor y se sentó junto a Charly un anciano que decía ser acomodador de cine.
La cuchara de madera que le funcionaba como linterna los hacia ordenar a todos en la mesa. Charly era el que más rose tenía con Eber por tener pensamientos diferentes.
Unos jóvenes altos y con una envestidura blanca eran los encargados de servir la comida, en ese gran comedor.
Todos empezaron a comer tranquilamente. De pronto, a lo lejos, se escuchó un grito que decía ¡Esperen, esperen! era Francisco que jamás dejaba comer sin antes bendecir la comida. Con una sabana blanca que le cubría todo el cuerpo se paraba en la punta de la mesa y desde allí daba un largo sermón.
Culminada la cena se fueron todos a dormir, divididos en grupos de cuatro y cinco.
Alejandro convivía junto a tres compañeros más. Uno de ellos era “Cacho” que vestía siempre la misma ropa militar y pretendía conquistar unas islas ubicadas en la argentina. El “Colo” era un bohemio, un hippie moderno según Juan. Nunca tenia problemas con los demás, vivía muy tranquilo. Cada noche cantaba diferentes temas con un zapato de guitarra que luchaba por poder afinar. Se decía que por las noches lo pasaba a saludar John Lennon para planear giras y recitales. Otro de los compañeros de Alejandro era Marcos, un gran científico, calculaba todos sus movimientos, hasta cuánto tardaba en atarse los cordones o quién pardeaba más dentro de la casa, se susurraba que superaba a Einstein.
Las noches allí no eran del todo buenas. La casa tenía una especial oscuridad de esperanza, que salía cada noche de los sentimientos de aquellos que vivían allí. Algunos soñaban con volver a encontrarse con ellos mismos, mientras que otros solamente vivían en un mundo distinto.
Ya llegada las veinte horas, los señores de blanco empiezan a repartir golosinas mezclándose con pastillas que saben a sueño. El silencio empieza a apoderase de la casa, mientras que la única estrella del cielo espera por Alejandro.

2 comentarios:

  1. Y mañana saldrá a caminar de nuevo, las cuarenta cuadras...Qué frío me da pensar en ese lugar donde vive, en esa rutina. Aunque...hasta qué punto se diferencia de la nuestra?
    Buenísimo Mati!
    Malvina

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  2. Amigo y colega universiatario (suena importante decirlo así, en realidad no leemos ni los carteles publicitarios eh)... Muy buena historia y el blog en general. Siga deslizando su pluma compañero que lo hace de mil maravillas.

    Abrazo.

    Caranta.
    Miembro activo del zoo
    Matrícula 3/4

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