viernes, 25 de septiembre de 2009

Leo Rails

Leo Rails murió ayer. Presionó el botón rojo de la Dandy Esen y de un destello lo fumigó de aquí. “Somos mortales”, fue lo último que dijo. Lo cremarán mañana.

Días atrás había terminado de lustrar el sarcófago de madaga. Las hojas de árbol de madaga nunca faltaron en su mesa de luz: tenía dos o tres, y las renovaba cuando llegaba el otoño. Inhalar ese aroma era uno de sus placeres selectivos, no el único. Se había transformado en vicioso al atravesar la sensación de mareo y aire interior que le generaban esas hojas. Su momento preferido de inhalación era a la mañana, bien temprano, ni bien se levantaba; antes de desayunar, antes de lavarse la cara, antes de abrir los ojos.
Tuvo una vida signada por malos vicios, por costumbres oscuras.
Por las noches, barajaba naipes españoles y fumaba Lucky Coeur. Dos por cada cuarto de hora. Tomaba una copa de whisky, zarandeaba el vaso y el ardor encarnado en bebida se desvanecía al dejar rastros amargos en su boca, eso era indicio de soledad o sogyo sil, como él la llamaba. La bebida lo recorría, y nadie más.

Sus naipes eran siempre recién comprados. Con el tiempo había descubierto una forma puntual de barajar y fumar a la vez para no usar cenicero: ubicaba el cigarrillo entre los dedos índice y mayor mientras las cartas se deslizaban una tras otra. Tiraba las cenizas al piso de granito y, ya en el piso, las aplastaba con el zapato.
La vida de Leo Rails no pasaba sólo por las good festin que celebraba en su casa, rodeado de mujeres baratas y apuestas riesgosas a la timba entre amigos. Leo Rails era empleado de una pequeña sucursal de la cadena de electrodomésticos “favrus”, en la localidad de Mercades. Era uno más del montón, o uno menos.
Gastaba la totalidad de su sueldo en el Bingo y en prostíbulos calificados como “turbios e ilegales”. Disfrutaba los ratos con esas pobres mujeres que ponían sus cuerpos a disposición de los cafillos.

La vida en ese pueblucho lo había convertido en un tipo ajeno, que se refugiaba en las hojas de madaga y que se abstraía de todo lo que circundaba. En el trabajo era un empleado ejemplar: cumplía estrictamente los horarios y respetaba al personal.
Leo Rails era un tipo correcto para la sociedad. Para una sociedad hundida en la pura superstición de pueblo, en banalidades que sólo a ellos les importaba.

Leo Rails se sintió desbordado. Ayer dejó de ser un tipo correcto, un pobre tipo.

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