viernes, 25 de septiembre de 2009

Nosotros también somos eso

Nos despertamos alrededor de las diez. Primero yo, después él. La ciudad aún no había amanecido.
Corrí las cortinas de la habitación, hice foco con mis pupilas hasta encontrar la nitidez perfecta: eran los gitanos. Largué las telas con un tirón furioso y volví a la cama; no quería aparatos nuevos, no me importaba que tengan nuevas formas y colores. No. Así estábamos bien.
Carlos distinguió en mi cara los típicos rasgos de indignación; no dijo nada. Nos habíamos acostumbrado a silenciar nuestras voces durante largas horas del día. No había resultado complejo adiestrar nuestros balbuceos y conclusiones involuntarias sobre los de al lado.
De algún modo, aún oculto, nos sentíamos incómodos en el barrio. En la ciudad. Nuestra ciudad de siempre.
Desde que ellos habían llegado, prevalecían las correntadas de superstición y misterio y de la superstición por los innumerables misterios que ellos nos presentaban. Eran gente rara. Todos los conocían, pero nadie sabía de ellos.
Bastaba con trepar a nuestro tapial del patio de atrás para ver a ese tipo, a ese pobre tipo, encadenado bajo el nogal y la muchachita con cola de cerdo sentada a su par. Eran gente rara. Macondo ya no era Macondo y el deseo, de Carlos y mío, era abstraernos y dejar en el olvido ese lugar.
Pero no podíamos. Ahora formábamos parte de un continente pequeño, o de una isla, un islote o un pedazo de tierra habitado. Al lado nuestro vivía esa gente. Nosotros también éramos Buendía ahora; no comíamos tierra, pero tantas subidas al tapial, tanto espiarlos, había hecho, de nosotros, una extensión amorfa, una metástasis de su asquerosa enfermedad.

1 comentario:

  1. intertexto..o algo asi
    es como el cuento que habla desde el holandes que hace el amor con emma zunz....ver las cosas desde el otro lado del tapial

    muy copado
    maría..

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