lunes, 18 de mayo de 2009

Confesiones de Andrea

Emilio:

Aquí están las primeras noticias mías. Vieras cómo me tiembla el pulso al escribir, vacilo con la ortografía también. Me siento obligada a vomitar todo lo que tengo dentro. Te confieso que las arcadas me retorcieron durante los cuarenta días que pasaron desde la iglesia hasta hoy y siento una especie de descompostura que no me da paz. Tengo necesidad de hablar. Es la hora.
No vas a creerme, Emilio, pero intenté dar esta explicación reiteradas veces, todas las cartas quedaron apiladas en una bolsita de farmacia (esa en la que compramos los cepillos de dientes para irnos de luna de miel). Están en el placard y allí quedarán para poder mostrártelas cuando me las pidas como prueba.
Aquí va Emilio: salté las rejas de la iglesia y me tomé un taxi. Eso es lo que vos no sabés. Es largo de explicar, pero empiezo diciéndote que mi escapatoria estaba pactada con la monja que atiende en la recepción de la capilla, esa a la que le pagamos cuando fuimos a pedir el turno.
Sé que tenés buena memoria, acordate cuando me dijo: “vení por acá que te muestro las flores con las que pueden decorar”. Yo me fui con ella por el pasillo y vos te quedaste solo mirando las estampitas que tenían a la venta (elegiste la de Santa Rita para regalarme). Fue ese el momento en que me decidí por dejarte solo en el altar y planear cómo escaparme.
Más que saber cómo, te preguntarás por qué lo hice. Te conozco como si fueras la palma de mi mano (quince años de novios. Te decía este refrán cada vez que me mentías y yo te descubría) y por eso siempre supe que te interesás más por los “por qué” que por los “cómo”. Allí voy entonces, a satisfacer tu cuota de curiosidad que, al conocerte como si te hubiese parido, sé que te quita el sueño.
Emilio, nunca supe decirte “no”. Y acá sí me voy a detener. Precisamente dejó de temblarme el pulso, creo que es porque vomité esto; falta más todavía.
Ahora quiero que vayas a prepararte un café y vuelvas a sentarte en la silla de paja que ya te imagino en la que estás ahora. Andá, dale, no me desobedezcas.
¿Volviste? Bueno. Mi intención es ayudarte a que me entiendas, sabés que tengo capacidad para esto. Por eso mismo destino todo este tiempo a vos, te corresponde. Hubo, a lo largo de nuestros quince años de noviazgo, muchas situaciones en las que opté por una acción piadosa antes que por la palabra “no”. ¿El objetivo? No lastimarte con respuestas negativas y, así, desilusionarte. ¡Qué lindo era verte ilusionado! ¡Con ganas de tantas cosas que te mantenían vivo! Pero no eran las que a mí más me gustaban, por eso prefería poner excusas (muy bien pensadas, inclusive esta última). Fue un error, sí. Y conociéndote, mascarita, en este instante te facilitaría un pañuelo para que seques la lágrima que está deslizándose por tu mejilla.
Recapitulemos entonces:
- La noche que me conociste en Nativo y me pediste mi teléfono. Yo no te lo negué, te dije que tenía una línea provisoria que pronto cambiaríamos y que por eso no podía dártelo.
- Los cinco domingos consecutivos que me invitaste a la laguna de Chascomús. Yo no rechacé tu invitación, sino que dije no poder acompañarte por tener que cuidar a mis hermanos (un domingo), y por sentirme indispuesta (los cuatro restantes).
- El día que fuiste a buscarme a la facultad. ¿Te acordás? vi tu auto estacionado y me escondí detrás de una columna hasta que te marchaste. Nunca me gustó la idea de que fueras a buscarme. Pero cómo decirte que no, ¿cómo?

Seleccioné algunos momentos para que entiendas cómo fui y cómo, aún hoy, soy.
No quería casarme con vos, pero cómo decirte que no. Era hermoso verte ir y venir feliz con todos los preparativos del civil, la iglesia, la fiesta y nuestra luna de miel. ¿Quién era yo para matar esa ilusión? Por eso me escapé, salté las rejas y tomé el primer taxi que pasó. No importa dónde ni con quién estoy ahora.
No quiero quitarte más tiempo, simplemente decirte que si querés responderme, lo hagas a la dirección que figura en el sobre. Voy a estar esperando tu carta. Me gustaría saber cómo siguió tu vida después de la iglesia, qué pasó en estos cuarenta días y, principalmente, si estás vivo o te pasó algo. No volví a saber de vos.


Andrea

1 comentario:

  1. aajajj genial como emilio le puso la tapa, eso por histerica vistes...(comentario de vieja ,bien chota) jajajjaj
    me encanta el blog amiga y amigoooo!!!! :D

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