miércoles, 6 de mayo de 2009

Espejos

Suena el despertador. Me levanto. Camino hasta donde estás. Te miro. Bajo la cabeza, impacto mi cara tres o cuatro veces contra el agua. Te miro. Confirmás mi existencia.
Me preparo el desayuno, prendo la radio y me cambio mientras espero a que se enfríe el té. Me pongo un par de aros. Te miro. Me decís que hoy estoy muy pálida para vestir aros color café. Frunzo el ceño, tuerzo la boca para un costado, pienso, dudo. Te esquivo, disconforme con tu respuesta.
Surge una confesión aquí: siempre te obedezco. Me saco los aros.

Me siento en la mesa, me preparo cinco galletitas con mermelada de durazno. Las como. Termino mi té. Me paro. Entro. Te miro. Ahí estás. Te tomo de un costado y empujo hacia mí. Agarro la pasta dental. Te miro. Empujo hasta escuchar “tric”. Escucho que se cae el desodorante dentro del botiquín. Lo dejo. Te miro y bajo la cabeza.
Unos segundos cepillándome los dientes. Subo la mirada. Te miro. Mis labios cercados de dentífrico. Bajo. Me enjuago. Te miro. Ahora sí. Tomo la toalla para secarme, pero te miro mientras tanto. Acto seguido, me acerco y hago de cuenta que el dentista me exige mostrarle mi mordedura. Te la muestro a vos. O a mí misma, no sé bien.

¿Quién sería yo sin vos? ¿Si vos no me dijeras quién soy?
Nunca nos lo preguntamos. Nunca nos preguntamos en qué cambiarían nuestras vidas si no supiéramos nuestro color de ojos, por ejemplo. Y no nos lo preguntamos porque están ahí, existen. Los espejos existen. Y de no existir, nos conoceríamos mediante descripciones ajenas. Pero estas serían construidas bajo la mirada de ellos; no sería un reflejo de nosotros.

Me atrevo a pensar que yo elaboro una imagen de mi misma, que los espejos dan lugar a una ilusión. A algo que no es. Y se me viene a la mente un espejismo. Esa mera ilusión óptica que se nos interpone en la ruta, cuando viajamos bajo los rayos del sol. ¿Llovió? No, no llovió, es lo que yo percibo.

Benedetti alguna vez dijo “En ciertos oasis el desierto es sólo un espejismo”. Una metáfora, por cierto, pero cuánto de cierto que tiene, como toda metáfora.
Todos vivimos insertos en un oasis, cualquiera que sea. Es ese el lugar en que nos refugiamos, encontramos por brevísimo instante, lo que queremos tener. Allí, el desierto, la inmensidad llena de nada, la nada, es sólo un espejismo, una ilusión. No existe.

Entonces ¿Que hay respecto de cuando nos situamos frente al espejo? ¿Hay una ilusión?
Me gusta pensar en los espejos y espejismos. Porque ¿Cómo sería la vida si no tuviera ilusiones rebalsando por doquier, por cada vertiente que se abre?. Se trata de ilusiones, de expectativas frente a eso que viene y no sabemos qué es.
Por qué no pensar, entonces, en que somos nosotros una ilusión en sí misma y que ellos, los espejos, nos lo dicen cada mañana cuando acudimos a ver si estamos, a ver si aún existimos. Nadie sale a la calle sin haberse mirado al espejo.

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